Perdónate

La violencia contra la mujer es una realidad bastante triste. Podría decir que me duele el pecho cuando veo imágenes de mujeres siendo agredidas, que «me duele el corazón», por más poético que suene. Mi postura frente a eso, después de años, cambió. Y se las quiero contar.

La violencia es terrible, sobretodo porque empatizamos con ella independientemente del género. Acabo de ver un caso en el que hay una víctima y un victimario clarísimos, sin lugar a reclamo. Ambos seres humanos llenos de errores y aciertos, seguramente. No lo sé, porque no los conozco. Nosotros, los espectadores, también somos seres humanos. No quiero proteger a nadie, pero tampoco creo que tenemos derecho a juzgar o amenazar sin medir nuestras palabras. No se equivoquen, es horrible y me llena de angustia. Sí, podría ser yo, mi hermana, mi mejor amiga, mi mamá. Qué impotencia, Joaquina. ¿Qué hacemos?

Como es de esperarse de cualquier millenial, busqué a Martín Camino Forsyth en Facebook para ponerle cara al agresor y me di cuenta que tenía más de cincuenta amigos en común con él. ¿Tan cerca estábamos, Martín? Y a varios de esos amigos y amigas me los imagino indignados y conflictuados por lo que ven en los medios. Es que nunca terminamos de conocer a las personas. Espero que todos esos amigos de Martín, que seguro lo quieren mucho a pesar de sus errores, también sean conscientes de lo que ha hecho y que, a la hora de la hora, no defiendan lo indefendible.

Pero, reitero, uno nunca termina de conocer a las personas. También conozco hombres que han «luchado» por las mujeres, por las víctimas, que marchan y usan #NiUnaMenos y hasta que le aplauden a sus novias por estar tan metidas en el «asunto este del género» que no entienden muy bien pero que apoyan igual porque está de moda. Esas mismas personas, que les da asco que un hombre golpee a una mujer, que piensan que la mujer es sagrada y que les piden que denuncien, a veces no resultan ser el amigo fiel en el que confiamos nuestras vidas. Esas personas, a veces, siguen agrediendo a sus parejas tanto psicológica como físicamente, sólo que en cuatro paredes. Esto no me lo han contado. Esto lo he vivido. Y muchas, lamentablemente, muchísimas amigas mías que creo, sé, son mujeres fuertes, lo han vivido también.

Y si tengo un poquito de vitrina la aprovecharé diciendo lo siguiente: ¿vamos a ser tan tontos como para subir en la escala de violencia social que sufrimos todos los días? ¿Vamos a pedir que lo maten? ¿Vamos a escribir en sus redes sociales que vea por dónde camina, porque «todo se soluciona con un plomo»? ¿Que qué pena que las drogas hagan que alguien llegue a este punto? No. La violencia no se salda con violencia ni se oculta con excusas. Me gustaría saber cómo se soluciona, asumo que con una terapia intensiva, pero no deseándole que la pase mal en los baños de la cárcel.

La rabia que nos sale de las entrañas es válida. Las lágrimas y la impotencia también. Sin embargo, somos seres humanos. Convivimos. Convivamos sin violencia, por favor. A todos nos duele, víctimas y victimarios. No se dejen. No se callen. No es normal. Pidan ayuda. Protéjanse. Valórense. Quiéranse. Ámense.

Y eso aprendí, así cambió mi forma de pensar: perdoné. Yo me perdoné. Pensé, analicé y aprendí que una relación no se basa en el control, sino en el amor. Me perdoné porque no me di cuenta de eso antes. Si puedo decirlo ahora, si una persona se queda pensando en esto, estaré agradecida infinitamente.

Agradezco a cada una de las personas que han pasado por mi vida porque cada una me ha enseñado algo, a la buena o a la mala. De todas he aprendido y sigo aprendiendo. Eso sí, siempre siendo yo, intentando no cambiar por gustarle a otra persona. No hay nada más rico que ser uno mismo, y no hay nada más maravilloso que encontrar a alguien con quien te sientas libre.

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